Sabía que no debería haber tratado así a aquél tétrico personaje. Cierto es que pretendió engañarle estafándole con unos precios abusivos, pero sus palabras hacia él fueron duras, hirientes y casi humillantes.
Lo sentía, pero no había hecho sino descargar sobre él todas las frustaciones de una humanidad deshumanizada, de una sociedad a la que él consideraba cargada de inútiles inconscientes y de vagos impenitentes.
Javier salió de la tienda y se adentró en las lúgubres calles de aquel perdido barrio. Con la mirada encendida, el corazón exaltado latiéndole a un ritmo que parecía golpearle lo más íntimo de sus sentimientos, poco a poco fue poniendo pie tras pie sin un destino concreto.