Me dicen que escriba, que recuerde mis primeros tiempos en Internet, cuando toda mi pasión no era sino sentarme al teclado y dejar fluir lo que sentía, fueran poesías, relatos o simplemente divagaciones.
Me dicen que divague, que me deje llevar, que escriba lo primero que se me venga a la cabeza, que necesito relajarme y quitarme esta ansiedad que el maldito trabajo me está echando encima.
Y una y otra vez contesto lo mismo: ya no puedo, estoy sin fuerzas, seco, sin esa facilidad o llámese libertad mental como para escribir como soy. Demasiados defectos en 5 años; demasiados vicios de escritura comercial, quizás. Pero ya no soy natural; ya no me siento natural, y me apena. Horriblemente.
Sé que me va a doler lanzarme a escribir como me duele cada vez que leo alguna de aquellas cosas que yo escribía entonces. 5 años no es nada, pero es tanto a veces que el tiempo me demuestra con rudeza ese valor relativo que un día me enseñaran en la escuela. Todo es relativo; todo depende del prisma como se mire; del ánimo y del bienestar. Pues no debo estar bien cuando la incapacidad me desborda; cuando ni yo mismo me creo que algún día yo fuera capaz de escribir poesía.
¿Feliz? ¿infeliz? ni lo sé. Sé que he conseguido lo que me propuse. Sé que tengo a mi alrededor lo que cualquiera envidiaría; unos niños maravillosos; una compañera que si bien a veces me hace rabiar lo indecible es (y estoy seguro) quien me complementa y me hace pasar los mejores momentos; una casa perfecta y un trabajo que es el que siempre deseé.
Y si es así, ¿por qué mis dudas? ¿por qué en mi cabeza está lo que algunos llaman «el bloqueo del escritor»? ¿tanto he cambiado? ¿tan diferente soy?
Tiempo, divino tesoro. Otro refrán. Y muy cierto. Para qué tanto si no tengo tiempo para mis niños, ni para mi compañera, ni para mi casa, ni para plasmar en un papel mis pensamientos como hacía antes…
He de encontrarlos. Sí. Y recuperar mi identidad…